Un juicio injusto, las mentiras y el polígrafo


Llevo años repitiendo que soy inocente de las acusaciones que se han hecho contra mí. Como no tengo nada que ocultar y estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para defender mi inocencia, recientemente me he sometido al “detector de mentiras” en la institución más profesional y de mayor reputación de España. He contestado a las preguntas clave referidas al caso Gaztelueta, y el resultado contundente, sin ningún género de duda es: QUE DIGO LA VERDAD.

Y yo pregunto ahora: ¿están dispuestos a someterse al polígrafo cualquiera de los que tanto han empujado e instigado este proceso y se han lucrado del revuelo organizado? Basta con que se les pregunten si creen que soy culpable. Lo mismo diría a monseñor Satué: ¿está dispuesto a someterse al polígrafo y contestar a la misma pregunta? Si no acuden, quizás tengan algo que ocultar. Pero sería mejor que se atrevieran a pasar el polígrafo: así no habría ninguna duda de que unos mienten y a otros no les interesa la justicia.

Quiero aclarar que monseñor Satué no me conoce personalmente y, por tanto, entiendo que no tiene nada contra mí. Pero su comportamiento sólo se explica por el deseo de cumplir órdenes a costa de lo que haga falta. Y hace falta mucho: condenar a un inocente y hacer sufrir a su familia. Recuerdo ahora sólo algunos de los atropellos más flagrantes que he padecido:

  • Se me juzga por segunda vez de un delito del que la Iglesia ya me consideró inocente en un primer juicio. Y me pregunto: ¿habrá un tercer juicio si el resultado del segundo tampoco les gusta a algunos?
  • Se me quiere aplicar una legislación penal de manera retroactiva —es decir, aprobada después de la fecha de los supuestos delitos—, lo cual atenta contra un principio básico del derecho, que nadie puede saltarse, tampoco la Santa Sede.
  • Pese a mis continuas solicitudes, quien me juzga no quiere decirme a qué penas me expongo.
  • En el presente juicio no se admite que declaren algunas personas que he solicitado, por ejemplo, los eclesiásticos que en el primer proceso me juzgaron inocente de todos los cargos.
  • El juez tampoco ha aceptado muchas de las pruebas que le han remitido mis abogados.
  • El juez (el obispo Mons. Satué), en su primera comunicación por escrito, veladamente me animó a declararme culpable, contra la más elemental neutralidad de quien administra justicia.
  • El papa Francisco ha recibido a una parte y no a la otra, pese a que lo he solicitado por escrito en dos ocasiones. Se podría pensar que si el juez me declarase inocente defraudaría al Santo Padre.

Podría continuar con la grotesca descripción del paripé jurídico, pero lo descrito más arriba es tan evidente, que cualquier persona razonable entiende que aquí no hay ninguna intención de hacer justicia. Y lo más lamentable… creo que cada vez está más claro para Mons. Satué, como toda la conferencia episcopal española, que no he abusado nunca de nadie y que el proceso canónico es una farsa.