José Antonio Satué, obispo de Teruel, que ha sido el juez de mi caso, me ha comunicado hoy una sentencia condenatoria en la que plantea al prelado del Opus Dei mi salida de la Prelatura. Como ya he explicado en numerosas ocasiones, la sentencia se veía venir antes del inicio del proceso. Por tanto, no hay sorpresa en esa resolución tan injusta.
Una vez más, reitero mi inocencia. Afortunadamente, muchas personas –también en el ámbito eclesiástico y en el jurídico– me han transmitido que saben que mi versión es verdadera.
Como es sabido, ante los atropellos jurídicos de Mons. Satué, decidí interponer una demanda ante la justicia española. El juez admitió mi solicitud y actualmente Mons. Satué está procesado por vulneración de mi derecho al honor. Casualmente, éste ha publicado su sentencia el día que estaba convocado por el juez en Pamplona. Como no ha entregado la documentación que se le ha pedido y falta otro material solicitado que la Iglesia no ha dado nunca a conocer -otra prueba más de la irregularidad del procedimiento-, la vista ha quedado aplazada. Me parece demasiada coincidencia que se haya comunicado este decreto hoy, cuando según dice el obispo de Teruel, lo firmó el 17 de diciembre. «Con cierto retraso, el 2 de marzo –leo en el decreto–, cuando el Delegado ha podido liberarse de otras obligaciones no delegables e inaplazables, se notifica el Decreto a las respectivas letradas». De ese modo, Mons. Satué ha logrado concluir el proceso canónico sin que todavía haya una sentencia condenatoria contra él. Y no quiero comentar la desfachatez de guardar 2 meses la sentencia en un cajón por “no encontrar tiempo”.
Ya he insistido muchas veces en las irregularidades del proceso canónico: se me ha juzgado dos veces por el mismo supuesto delito porque la absolución inicial (de 2015) no gustó a quien constituyó el tribunal eclesiástico; se me aplica una legislación aprobada con posterioridad a los supuestos hechos; el juez en su primera comunicación escrita me instó a declararme culpable; se me aplica una legislación que no se ha aplicado a ningún laico; en muchas instituciones de la Iglesia hay pederastas confesos y a mí se me expulsa del Opus Dei pese a que soy inocente del delito del que se me acusa. En fin, todo el proceso ha resultado una vergonzante pantomima. Nunca ha existido la más mínima posibilidad de defenderme.
Estoy pensando en qué viene ahora. Realmente, dan ganas de rendirse y ya está. Sin embargo, sería dar la razón a personas que no la tienen y que me han hecho sufrir mucho, a mí y a mi familia y conocidos. Por eso, estoy valorando el recurso del decreto ante la Signatura Apostólica, el tribunal romano que es la única instancia que puede parar este despropósito.
De momento, y con gran pena, he escrito una carta al Prelado del Opus Dei en la que solicito mi salida de la Obra. Prefiero marcharme antes que ser un problema.
Desde que comenzó este proceso me he sentido comprendido y acompañado por muchas personas del Opus Dei, que saben perfectamente que soy inocente. Agradezco los numerosos mensajes de apoyo que he recibido estos últimos años. En mi conciencia, la Obra será siempre mi familia espiritual.
San Josemaría decía que de la Iglesia nunca nos puede venir nada malo. Mi caso parece indicar lo contrario, pero no es así. También del fundador del Opus Dei aprendí que de los grandes males Dios saca grandes bienes. Seguro que en esta ocasión también sucederá.