Falsos abusos vs. inocencia


El pasado 30 de abril leí una noticia publicada en XL Semanal sobre un terrible caso de falsos abusos a menores en Italia durante la década de los noventa, y que la prensa bautizó como “Los diablos de la Baja Módena”. Fátima Uribari —la periodista que firma el artículo—, hablando sobre la investigación escribe: Las declaraciones de los niños “llevaron a prisión a varias familias. Fue un caso impactante: un grupo de adultos violaba, torturaba e incluso obligaba a los chiquillos a apuñalar hasta la muerte a otros (…) Y todo eso era mentira. Y nada de eso sucedió. Y todos los acusados eran absolutamente inocentes. Y cinco de esos adultos murieron mientras sufrían esta espantosa pesadilla.

Leer el artículo me retrotrajo a vivencias dolorosas pues existen paralelismos entre ese caso y el mío: falsas acusaciones basadas en “falsas memorias”, juicios paralelos y presión social, víctimas inocentes acusadas y acosadas… El investigador del caso —Pablo Trincia, que lo ha publicado en un libro titulado Veneno— comenta que este es el caso que más le estremece de su carrera porque esa pesadilla le puede ocurrir a cualquiera. No puede estar más en lo cierto. En 2012, cuando por primera vez me acusaron de abusos yo me consideraba ese cualquiera: un profesor al que le ilusionaba su trabajo, que trataba de ayudar a sus alumnos, ajeno a la vida de los juzgados y portadas de los periódicos.

En el caso italiano la base de las acusaciones se construyó sobre las falsas memorias de unos menores, inducidas por profesionales que utilizaban la “técnica de revelación progresiva”, mediante múltiples y extenuantes entrevistas para la recuperación de los recuerdos.  “Falsas memorias” es un término que, pareciendo coloquial es, sin embargo, técnico. Las «falsas memorias» —como describe Elizabeth Loftus— son recuerdos que tiene una persona de eventos o experiencias que en realidad nunca ocurrieron. Estas memorias falsas pueden ser creadas y creídas por alguien como resultado de la sugestión, la manipulación o la influencia externa. En mi caso, los peritos que presenté —alguno con prestigio internacional— sostuvieron que el testimonio del único acusador, y única pieza de cargo, reunía los criterios para ser considerado una “falsa memoria”. No se valoró suficientemente su contundente peritaje.

Como ahora sabemos, ni los abusos ni las oscuras prácticas que motivaron la condena de los “perpetradores” italianos, ocurrieron. Sin embargo, sobre ellos recayó todo el peso de la ley, y de la injusticia, porque cuando la Justicia se desprende de la venda es, ciertamente, implacable con la espada. Tengo la esperanza de que, en algún momento, también, se conocerá la verdad sobre mi caso.

Y digo esperanza, porque en la terrible noticia publicada en XL Semanal Fátima Uribarri escribe: don Giorgio y Alfredo murieron de infarto (como acusados); Mónica y Adriana fallecieron de cáncer mientras cumplían condena; y Francesca se suicidó. Y todos eran inocentes. Hubo revisiones de los casos y absoluciones, pero llegaron tarde para ellos. Ahora, Marta y Darío reconocen que se inventaron las acusaciones: “En estos 20 años he tenido dudas. Ahora tengo certeza al cien por cien de haber inventado todo”, confiesa Marta. Sin embargo, otros de los acusadores siguen convencidos de que las aberraciones existieron.

Recientemente se haya hecho público en un medio digital un escrito de descargo sobre mi inocencia elaborado por varios juristas y en el que se aportan razones sólidas para cuestionar la veracidad de Juan y aseverar la mía. Decidí enviar ese documento –que es técnico y muy detallado– a las autoridades eclesiásticas. Es de lo poco que puedo hacer, junto a mi defensa jurídica.

Aunque no sé si en algún momento se conocerá la verdad sobre mi caso seguiré peleando en esa dirección. De momento, estas semanas me he encontrado con estos dos documentos –uno periodístico y otro jurídico– que espero que, al menos, sirvan para hacer recapacitar sobre cómo las versiones tomadas como verdaderas durante años, incluso por profesionales de la justicia, pueden ser erróneas.