A propósito del documental de Évole


He visto parte del documental “Amen: Francisco responde”. Digo parte porque se me hizo insoportable. Sé que a muchos católicos les ha dejado perplejos.

Los expertos en marketing cuentan que, cuando un producto es malo, conviene hacer una campaña de publicidad agresiva para lograr el máximo impacto en poco tiempo, porque cuando corre la voz, ya no se puede engañar a nadie. Creo que es lo que ha pasado con este documental, y a tenor de las críticas que he leído incluso en medios como “El País”, parece que no me confundo.

Quizás sea loable que el Papa acepte participar en una encerrona donde nueve de los diez participantes se declaran no creyentes o viven de un modo contrario al mensaje cristiano. En el programa, el Papa intenta comprender a todos, pero la conversación resulta imposible: una chica le pide que entienda a los que defienden el aborto, una antigua monja le explica que es lesbiana y una joven madre le explica que es actriz porno. Todas esperan que el Papa alabe su comportamiento, porque de otro modo las defraudará. El programa es una manipulación desde el comienzo hasta el final. Por ejemplo, Évole presenta a la madre como un modelo de ternura. ¿De verdad piensa que esa hija tiene una madre ejemplar?

Curiosamente, la persona elegida entre todo el orbe para hablar de los abusos en la Iglesia es Juan Cuatrecasas. Desgraciadamente hay miles de casos de pederastia indiscutidos. Hay pederastas confesos. Muchos de ellos han delinquido infinidad de veces y durante mucho tiempo. Y aunque esto me parece una atrocidad, sin embargo, me llama la atención que el caso elegido sea el mío: yo he defendido mi inocencia desde el primer día. Repito que nadie nunca -salvo Juan- ha visto en mí la más mínima sombra de duda en mi comportamiento como profesor. Muchas personas sensatas han considerado que era inocente (lo cuento detalladamente en la entrada anterior de este blog). Diversos intereses son utilizados por Évole para montar el espectáculo, porque a Évole no le interesa un caso claro. Le interesa la polémica, el producto viral, la audiencia.

Se nos ha hecho creer que el Papa sigue muy de cerca este proceso. Sin embargo, cuando Juan comienza a hablar con él y le recuerda que le escribió, no le reconoce. Si no es capaz de reconocerle, ¿quién “empuja” el caso Cuatrecasas, para que parezca un empeño personal del Papa? ¿Por qué yo no puedo mantener una entrevista con el Santo Padre para contarle mi versión y estar en igualdad de condiciones? ¿Por qué se me despoja de los derechos más elementales como un juicio imparcial? El hecho de ser católico no implica que no tenga derechos. El Papa dice en el programa que el juicio se va a repetir porque la sentencia anterior fue “fofa”. ¿Cuántas veces se va a repetir? ¿Qué sentencia dejará de parecer fofa? Llevo ya doce años con este tormento: los Cuatrecasas viviendo de una historia inventada y un grupo de eclesiásticos instrumentalizando mi caso para sus tejemanejes.

Después de ver y escuchar a Juan insisto en que miente. Miente cuando dice que seguí o sigo dando clase porque no me lo prohibieron (no doy clase desde hace doce años). Miente cuando dijo a los jueces de Bilbao que hubo un abuso y ahora me entero por mis abogados de que en una carta de 2023 escrita para la acusación eclesiástica ha descrito que esos supuestos hechos ocurrieron múltiples veces. Y claro, cómo no va a conmover al Papa en esa encerrona organizada por Évole.

Tampoco comprendo por qué Juan, que en el citado programa se declara no creyente, tenga tanto interés en las posibles sanciones dentro de la Iglesia católica. Yo respeto a los budistas y a los testigos de Jehová, pero sus sanciones internas no me interesan en absoluto. ¿No hay nadie que comprenda que lo único que quiere la familia Cuatrecasas es instrumentalizar al Papa para conseguir sus objetivos mediáticos y económicos?

Mientras tanto el proceso eclesiástico continúa. A mis abogados les convocaron el día 27 de marzo. Pidieron no comparecer porque para ellos el encuentro era contrario a derecho. Les comunicaron que daba igual que se presentasen o no; si no lo hacían, el procedimiento seguiría igualmente.

Así que, para mí, está claro que el proceso habría continuado con el único veredicto posible para ellos: culpable. ¿Alguien se cree que este es un proceso justo cuando se saltan a la torera las leyes más elementales? ¿Cuando solo se escucha a una parte? ¿Cuando el derecho de defensa en la práctica no existe? A mis abogados no les han dado el decreto del Papa para abrir el proceso; no les han dado la “nueva prueba” que presenta Juan; no les han entregado el anterior proceso para comprobar que la prueba es, realmente, nueva; no les han entregado la acusación; no les dan tiempo para preparar la defensa; no se les permite un peritaje a la acusación. Según el instructor, Mons. Satué, no se les entregan las pruebas porque “el procedimiento no se lo permite”. Pero sí les entregó algunas -porque sabía que mis abogados ya las tenían- aunque el procedimiento se lo impide.

Otra vez leo en la prensa, esta vez en “ABC,” el pasado 14 de marzo, que “José Antonio Satué, […] está pendiente de dictar sentencia, tras finalizar sus trabajos el mes pasado”. O sea, que ha finalizado “sus trabajos” sin haber atendido a la defensa… Que alguien me explique esto. ¿A alguien le queda alguna duda de la arbitrariedad de este proceso por más que se le intente revestir de “justo”?

No sé cómo dormirán tranquilas las conciencias de los que impulsan y participan en esta gran mentira. Quizá no están habituadas a la tortura y por eso no se dan cuenta de que la que practican. Un proceso que dura 12 años, con tantos juicios, con una despiadada exposición mediática y continuos prime time, donde no se respetan las garantías procesales, donde hay abuso de poder… es otro modo de ser verdugo y torturador.